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UNA JUSTICIA LABORAL CON ROSTRO HUMANO Y MIRADA JUSTA.

  • Foto del escritor: Divergente Iberoamérica
    Divergente Iberoamérica
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura


Cuando pensamos en justicia, muchas veces imaginamos juzgados, expedientes y palabras difíciles. Pero en realidad, la justicia —la de verdad, la que toca la vida de las personas— ocurre cuando alguien logra que se respeten sus derechos, cuando una mujer recibe el salario que merece, cuando un trabajador despedido injustamente encuentra reparación, o cuando una empresa aprende a construir un espacio laboral libre de violencia y discriminación. Esa es la justicia que transforma, la que importa, la que necesitamos fortalecer.


En la Ciudad de México, miles de personas enfrentan cada día desafíos en su entorno laboral. A muchas mujeres aún se les paga menos que a sus compañeros por el mismo trabajo. A otras se les niega un ascenso solo por estar embarazadas. Hay personas que viven acoso, burlas o violencias en sus centros de trabajo simplemente por su identidad, su orientación sexual o por tener una discapacidad. Frente a estas realidades, el papel de quienes impartimos justicia no puede ser neutral ni distante. Debe ser claro, decidido y empático.


Se debe tener una convicción clara, que la justicia no debe solo aplicar la ley, sino también corregir desigualdades. No basta con ser imparcial. Es necesario ser sensible a las realidades estructurales que afectan a mujeres, a personas de comunidades históricamente excluidas y a quienes han sido discriminados sistemáticamente en el mundo del trabajo.


Juzgar con perspectiva de género no significa favorecer a una persona por su identidad. Significa ver el contexto completo. Entender que una mujer que denuncia acoso laboral ha tenido que vencer muchas barreras antes de llegar a un tribunal. Significa garantizar que sus palabras sean escuchadas con seriedad, que los procedimientos sean accesibles y que las resoluciones no se basen en estereotipos.


Las decisiones judiciales no son solo respuestas a un caso individual. Son también mensajes para la sociedad. Cada resolución justa, clara y bien fundamentada tiene el poder de cambiar prácticas, de inspirar nuevas políticas laborales y de empujar a las empresas a construir entornos más equitativos.


La reforma laboral en México nos ha abierto una oportunidad histórica. Hoy, los procedimientos deben ser más transparentes, más ágiles, con énfasis en la conciliación y el respeto a los derechos humanos. Esto exige más de quienes juzgamos. Nos pide que escuchemos mejor, que escribamos con claridad, que expliquemos con lenguaje accesible, y que no dejemos que los tecnicismos se conviertan en un muro para quien solo quiere justicia.


Todas y todos los nuevos jueces deberán asumir también el compromiso de capacitar y formar a nuevas generaciones de abogadas, abogados y servidores públicos. Porque la justicia laboral que soñamos no se construye en solitario. Necesitamos un sistema judicial moderno, cercano, capaz de responder a los retos actuales con humanidad, sin dejar a nadie atrás.


La justicia no debe ser un privilegio de quienes saben cómo moverse en los tribunales. Debe ser una herramienta al alcance de todas y todos. Especialmente de quienes han sido más vulnerados. Ser Juez laboral es una oportunidad de devolver la confianza en las instituciones, de demostrar que sí es posible encontrar un trato justo, y de contribuir a un mundo del trabajo más digno, más seguro y más igualitario.


Porque al final, no se trata solo de aplicar la ley. Se trata de hacer justicia. Y esa justicia solo será real cuando todas las personas, sin importar su condición, puedan mirar al sistema y decir: “me escucharon, me entendieron, me trataron con dignidad”.

 
 
 

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