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“LO QUE NO DICEN LAS ENCUESTAS: EL 30% INDECISO QUE PUEDE CAMBIAR HONDURAS”

  • Foto del escritor: Divergente Iberoamérica
    Divergente Iberoamérica
  • 6 oct
  • 4 Min. de lectura
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POR: SHARON LÓPEZ (Honduras)


A dos meses de las elecciones generales en Honduras, las encuestas han pasado de ser instrumentos de análisis político a convertirse en protagonistas del caos informativo. Un día gana Nasralla, al siguiente “Papi a la orden” Asfura, y al otro Rixi Moncada. Y así, en una guerra de porcentajes, márgenes de error y “firmas encuestadoras” que brotan como hongos, el ciudadano común se pregunta: ¿quién está diciendo la verdad?

 

Las últimas mediciones publicadas por distintas casas encuestadoras pintan un panorama confuso. CID Gallup reporta un empate técnico entre el Partido Liberal y Libre (ambos con 26 %), con el Partido Nacional apenas detrás con 24 %. Trackin, en cambio, le da una ventaja sólida a Asfura, con un 34 %. TResearch posiciona a Rixi Moncada como puntera. ¿Cuál de todas refleja realmente la intención de voto? ¿O más bien deberíamos preguntarnos: cuál sirve mejor a los intereses políticos de quien la encarga?


La desconfianza en las encuestas no es nueva, pero en esta elección parece haberse generalizado. En parte, porque muchas de ellas no cuentan con el aval del Consejo Nacional Electoral (CNE), requisito legal que está siendo ignorado por varios medios y actores políticos. En parte, también, porque la transparencia brilla por su ausencia: pocas publican su ficha técnica completa, su metodología o el origen de su financiamiento.


Pero mientras los candidatos celebran sus “ventajas estadísticas”, el país se hunde en desconfianza. Según el Barómetro Electoral del COHEP, el 84.5 % del sector empresarial no confía en el proceso electoral. Y no estamos hablando de la oposición radical, sino de los mismos que normalmente respaldan la estabilidad institucional.

 

¿Qué sentido tiene hablar de intención de voto si la confianza en el sistema que lo contabiliza está quebrada? ¿De qué sirve saber quién va “arriba” si las reglas del juego siguen siendo frágiles, manipulables, opacas?


Las encuestas, bien hechas, son útiles. Pueden tomarle el pulso a la opinión pública, anticipar tendencias, revelar cambios en el ánimo electoral. Pero en el contexto hondureño actual, saturado de propaganda disfrazada de estadística, se han convertido en otra herramienta de manipulación. ¿Cuántas de ellas han sido contratadas para influir más que para informar?


sin embargo, hay una verdad incómoda que también debemos asumir: parte del problema somos nosotros, los votantes, que muchas veces decidimos por “el que va ganando”, sin detenernos a revisar propuestas, trayectorias o principios. Nos dejamos arrastrar por la lógica del “voto útil”, que no siempre es el voto justo.

 

Frente a este panorama, se abren varios escenarios posibles. Uno es el empate técnico que derivará en pactos y alianzas de último minuto. Otro es la aparición de un escándalo o crisis que sacuda el tablero. Un tercero, más preocupante, es el de una ciudadanía desencantada que elige abstenerse, dejando el país en manos de las maquinarias más disciplinadas.


Pero sí hay algo claro: la verdadera batalla no está en los porcentajes, sino en la conciencia de cada votante.


El gobierno actual ha demostrado que gobernar no es solo ocupar un cargo, sino responder a las necesidades reales de la gente. Y en ese examen, ha reprobado con creces. Esta elección es la oportunidad para decir basta a la improvisación, a la falta de transparencia y a la corrupción que hoy parece el único sistema funcionando. El cambio no llegará con encuestas maquilladas, sino con un voto consciente.


Lo que está en juego este 30 de noviembre no es solo quién ocupará la presidencia. Es la posibilidad de restaurar la credibilidad de un sistema que se ha vaciado de sentido para millones. Y eso no lo definirá ninguna encuesta. Lo decidirá el voto consciente de cada hondureño que, pese a todo, aún cree que las urnas pueden ser más fuertes que las encuestas.


El 30% de indecisos: la verdadera fuerza que puede cambiarlo todo


En medio del ruido de las encuestas y las proclamas de los candidatos, hay un grupo que pocos analistas han puesto bajo la lupa: el casi 30% de indecisos, en su mayoría pertenecientes a la clase media hondureña. Esta es la franja social que carga con el peso de la incertidumbre económica y la presión de la inseguridad, pero que aún conserva la esperanza de un futuro mejor.


La clase media en Honduras, aunque no es numéricamente tan grande como en otros países, representa un segmento crucial. No está ni en la pobreza extrema ni en el círculo del poder económico; es ese grupo que se esfuerza por mantener un empleo, pagar la educación de sus hijos y aspirar a una vida digna. Sin embargo, este sector ha sufrido golpes duros en los últimos años: inflación que erosiona sus ingresos, servicios públicos deficientes, altos niveles de inseguridad y una percepción generalizada de que los políticos no les representan.


Este sector no es un simple número en las estadísticas; es una masa crítica de personas que reflejan el descontento, la duda y el desencanto con un sistema político que no les ofrece respuestas claras ni esperanzas reales.


En un país donde la desconfianza se ha convertido en la moneda corriente, votar es un acto de valentía.



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