
En unas semanas más tendremos nuevamente “elecciones” en Venezuela, como se ha hecho habitual y ya no sorprende, este proceso no tiene absolutamente nada de democrático; no sólo no representa el sentir de la mayoría de los venezolanos, sino que tampoco es reconocido por la comunidad internacional, salvo -como es de esperar- de uno que otro país que viva bajo esta misma ideología de izquierda como es el caso de Cuba, Irán o que se encaminen rápidamente a este modelo de exportación dictatorial, como podría ser Bolivia después de desconocer el plebiscito del 21F.
Lo que sí sorprende es la obsesión de Maduro por justificar lo indefendible con argumentos tanto o más pueriles que su actuar argumentativo. Puede funcionar y hasta ser “creíble” en parte importante del siglo pasado, pero con las tecnologías hoy dominantes es inverosímil que alguien no pueda al menos dudar de sus argumentos.
En las dictaduras latinoamericanas del siglo XX se usaban estrategias similares, pero el acceso a la información era restringido. Como no recordar “Chile, los marxistas ya vienen” de la campaña que promovía la perpetuidad del dictador Pinochet; o Galtieri en Argentina, distrayendo su impopularidad, con una guerra naval ante la tercera fuerza marítima mundial, como era Inglaterra. Uruguay con Álvarez, Paraguay de la mano de Stroessner eran también reflejo de un populismo exacerbado y la búsqueda constante del enemigo en ideologías opuestas a su dictadura derechista.
Siendo así y ya ad portas de la década del 2020, a quién le habla Maduro? ¿A la comunidad internacional? definitivamente no. ¿A la oposición? por descarte tampoco. ¿A “su Pueblo”? evidentemente sí, porque al igual que Castro, Maduro ha concentrado su discurso en la población con escaso o nulo acceso a la información, lo que a todas luces no sólo es perverso, sino que también una manipulación cruel.
Cuando el dictador venezolano duplica el salario mínimo (que equivale 3,6 dólares en el mercado negro o a 2 kilos de pollo) y argumenta como razón de ello la alta inflación producto del mercado y su mano imperialista yanqui, está ofendiendo a sus electores; cuando una de las principales potencias petroleras del mundo, no tiene para distribuir recursos entre la gente y así y todo sigue regalando crudo a países centroamericanos está comprando “indulgencias” en sus vecinos a costa del pueblo; cuando permite que su dictadura sea reconocida como un narcogobierno, está alimentando la corrupción y el crimen organizado entre los venezolanos; y sin embargo, el pueblo en su ignorancia -fomentada desde Chávez- sigue (des)esperanzado en que ahora sí van a acceder a lo que por décadas se les ha prometido.
Al igual que en la física, cada acción genera una reacción, en este caso esta fuerza ha sido muy constante y la oposición muy debilitada y dividida para frenarla. Las sanciones internacionales en nada sirven si no se transforman en algo concreto y no sólo en cartas de molestia, censura o desconocimiento electoral; como tampoco aporta que la oposición opte por restarse de la elección en señal de descontento, todo eso parece más un saludo a la galería que una real intervención.
En este caso, como en tantos otros, protestar significa comunicar: con información y retroalimentación. Significa también generar lazos sociales con los más afectados y débiles y que paradojalmente son los más afines a Maduro. ¿Por qué? porque al igual que Chile en los ’80, tenían un solo canal de información: la televisión estatal, la radio estatal y la prensa pseudo estatal (El Mercurio). ¿Qué acceso tengo a otra información si no es por estos medios? Es Orwell 1984; el Gran Hermano domina todo.
Sin embargo, hay una diferencia y ella está en la red, pero aunque sea universal, su acceso en determinados países o zonas es muy limitado y en esos caso sólo funcional el voca a voca. A modo de ejemplo, en el mismo caso venezolano, Maduro pierde en las grandes ciudades y gana en las regiones más aisladas -campesinas- dónde el medio de información es la televisión abierta (Estatal) y la radio (controlada por el gobierno). Siendo así, si se quiere doblegar a Maduro, hay que partir aquellos sectores abandonados de la comunidad internacional y de la oposición.
¿Se puede lograr un cambio en una mentalidad que por años ha escuchado un solo mensaje? Claro que sí, no es inmediato, requiere trabajo, capital humano y voluntad. ¿Significa con ello que Maduro en una futura elección acepte el resultado? Claro que no, pero las cosas cambian cuando se sabe que se es minoría y que el pueblo, al igual que como pasó en la “Primavera Árabe” que terminó derrocando tres dictaduras; Nicaragua que se volcó a las calles pidiendo la destitución de Ortega o Bolivia que lleva meses en una campaña a todo nivel para impedir la reelección de Evo; puede que asuma que es momento de partir a alguno de los países amigos que lo esperarán con los brazos abiertos para continuar desde ahí su “lucha” con la tranquilidad que da saber que cuenta con recursos suficientes en Suiza o Panamá para vivir por siglos y siglos en una aristocracia proletaria.
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