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¿SOS O NO SOS POLÍTICO?

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    Divergente Iberoamérica
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POR: SHARON LÓPEZ (Honduras)


En un país donde cada conversación termina inevitablemente en el futuro de la nación, la pregunta deja de ser un simple juego retórico. ¿Sos o no sos político? No porque todos aspiremos a un cargo, sino porque hoy, más que nunca, la vida cotidiana está atravesada por decisiones tomadas desde un escritorio que pocas veces escucha a quienes caminan las calles.


Ser “político” no es portar un color ni una bandera. Es entender que cada opinión, cada silencio y cada acción tiene consecuencias. Lo que comprás, lo que votás —o lo que decidís no votar—, lo que compartís en redes, lo que tolerás, lo que permitís… todo suma o resta en la construcción del país donde vivís.


Honduras está en un punto donde la neutralidad absoluta dejó de existir. La inseguridad, el desempleo, la migración, la falta de transparencia y la crisis institucional golpean sin preguntar por afiliaciones. Por eso, aunque muchos rechacen la etiqueta, todos terminamos formando parte del debate nacional, nos guste o no.


Ser político, en este contexto, no es militar. Es asumir responsabilidad. Es reconocer que las decisiones públicas impactan tu vida privada. Es dejar de ver la política como un ring ajeno y empezar a verla como el terreno donde se define si tu familia próspera o retrocede.


La apatía no es neutralidad: es ausencia. Y en política, toda ausencia se llena con intereses ajenos. Cuando la ciudadanía se desconecta, otros —menos representativos y muchas veces menos éticos— toman el espacio vacío. La apatía abre puertas que después cuestan décadas cerrar.


Lo más duro de la apatía es que se disfraza de protección emocional. La gente dice “no me meto” porque está cansada, herida, desilusionada. Pero ese cansancio, aunque comprensible, termina costando más que participar. Porque la apatía no te protege: te expone. Y al final, cuando la realidad golpea, ya es tarde para reclamar lo que no se defendió a tiempo.


Ser político es aceptar que no podemos exigir un país distinto si actuamos igual. Que no habrá cambios posibles mientras normalicemos el abuso, la impunidad o la incompetencia. Que el país no se transforma con fervor momentáneo, sino con constancia, con voz y con presencia.


Y aunque muchos digan “no me meto en eso”, la realidad es que la política sí se mete en vos: en el precio de la comida, en la luz que pagás, en la seguridad de tu barrio, en las oportunidades que tus hijos encontrarán… o no encontrarán.


Porque al final, la pregunta no es si sos político.


La pregunta real es: ¿De verdad querés vivir en un país donde otros deciden todo… y vos apenas existís?



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