TRUMP, ¿ERES UN REY?
- Divergente Iberoamérica
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POR: RICHARD GUEVARA (Venezuela/México)
Esta semana, Donald Trump volvió a mover el tablero mundial con una cadena de acciones que han encendido las alarmas diplomáticas. En pocos días, sancionó al gobierno de Canadá, emitió nuevas restricciones contra el presidente Gustavo Petro en Colombia, acusó nuevamente a México de ser un “Estado controlado por los cárteles” y, al mismo tiempo, ordenó el despliegue del portaaviones más grande del mundo en el mar Caribe, en lo que muchos analistas describen como un acto provocador y guerrerista que vulnera tratados internacionales de soberanía regional.
El portaaviones que apunta al sur
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, confirmó el traslado del USS Gerald R. Ford, buque insignia de la Armada estadounidense con capacidad para más de 90 aeronaves, desde el Mediterráneo hacia aguas del Caribe y el Atlántico Sur. La misión —oficialmente justificada como parte de la “Operación Libertad Azul”, una supuesta ofensiva contra “narcolanchas” procedentes de Venezuela y Colombia— marca una escalada militar sin precedentes en América Latina.
De acuerdo con reportes de medios internacionales como Reuters y The Guardian, más de 40 personas han muerto en las últimas semanas por ataques a embarcaciones presuntamente vinculadas al narcotráfico, en operaciones donde no hubo coordinación ni autorización de los gobiernos latinoamericanos involucrados. Washington argumenta que actúa “en defensa de la seguridad hemisférica”, pero la lectura política es más evidente: un gesto de poder imperial en pleno siglo XXI.
La imagen de un portaaviones de 100 mil toneladas surcando el Caribe recuerda los años más tensos de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos intervenía unilateralmente en su “patio trasero” bajo el pretexto del orden mundial.
El miedo y el silencio
En este clima de tensión, muchos observadores y analistas han dejado de escribir por temor a represalias o a la cancelación de sus visas. No se trata solo de políticos señalados por presuntos vínculos con cárteles; también de periodistas, académicos y críticos que se han atrevido a cuestionar la forma grotesca, autoritaria y altiva en que Trump ejerce el poder.
Sin temor, y sin la preocupación de no poder volver a ver a Micky ni recorrer mi adorado South Beach —ni mirar las luces de Times Square— asumo modestamente la inconformidad que mi libre andar me exige expresa libremente mi parecer sobre lo que está ocurriendo en Estados Unidos y merece ser dicho, aunque incomode.
“No Kings”: el grito ciudadano
Hace apenas unos días, casi siete millones de manifestantes —alrededor de dos millones más que en junio— se congregaron en 2,700 ciudades y pueblos de Estados Unidos durante la segunda ronda de protestas “No Kings”, organizadas como expresión de rechazo a lo que muchos consideran una deriva autoritaria y monárquica del presidente Trump. Las movilizaciones, en su mayoría pacíficas, se desarrollaron mientras el país enfrenta un cierre parcial del Gobierno federal debido al enfrentamiento entre republicanos y demócratas por la aprobación del presupuesto sanitario.
Durante las protestas, el propio Trump decidió echar más leña al fuego: publicó en sus redes sociales un video generado con inteligencia artificial en el que se muestra portando una corona y una capa real, pilotando un avión con las palabras “King Trump” y arrojando un líquido marrón sobre una multitud. La pieza —difundida por millones de seguidores— fue interpretada como una burla al movimiento ciudadano y una muestra de desprecio hacia los manifestantes.
El lema “No Kings” ha trascendido como una advertencia simbólica: Estados Unidos no fue fundado para tener reyes. Sin embargo, el comportamiento del actual presidente parece empecinado en desafiar ese principio histórico.
Un liderazgo sin contrapesos
Trump insiste en descalificar las marchas y en tildarlas de “antiestadounidenses”. Pero en realidad, son el reflejo de una sociedad civil que se resiste a normalizar el autoritarismo. Las redadas masivas de ICE, el uso del Ejército en estados gobernados por demócratas y el tono cada vez más mesiánico de sus discursos refuerzan la percepción de un liderazgo sin límites, sin contrapesos y sin crítica posible.
El problema ya no es si lo acusa o no la izquierda, ni si prosperan las causas judiciales. Lo verdaderamente preocupante es que Trump ha dejado de comportarse como un presidente electo por el voto popular y ha empezado a actuar como un monarca autoproclamado, convencido de ser el dueño del mundo.
El eco del imperio
Desde la Casa Blanca hasta el Caribe, su mensaje es el mismo: poder sin restricciones, autoridad sin diálogo, fuerza sin empatía. Y mientras el USS Gerald R. Ford surca las aguas latinoamericanas, el mundo presencia cómo un mandatario en campaña permanente convierte la diplomacia en espectáculo y la hegemonía en espectáculo personal.
Quizás por eso los ciudadanos gritan “No Kings”. Porque cuando un líder se cree rey, el silencio de los demás se convierte en complicidad.
Richard Guevara Cárdenas
Ex diputado venezolano radicado en México
Consultor y analista político
Director de Comunicación Política de UVA Marketing
Miembro de la asociación latinoamericana de consultores políticos Alacop






