El 2 de abril, López Obrador dijo que estamos pasando por una crisis transitoria y que la pandemia, literalmente “le vino como anillo al dedo para afianzar la cuarta transformación”, muy parecido ese mensaje al triunfalismo de Hugo Chávez. A pocas semanas de distancia, para ser precisos el domingo pasado, sorprendentemente a través de un video dijo “Tan bien que íbamos y se nos presenta la pandemia…”.
¿Qué ocurrió? ¿Qué hizo que el Presidente optimista cambiara radicalmente su manera de ver las cosas? No es menor este cambio sustancial en el discurso. Basta recordar que de forma reiterada AMLO ha tratado de minimizar tanto la desaceleración económica como los efectos sociales del COVID-19. Ni qué decir de los episodios críticos de su gobierno que siempre encontraron una maniobra comunicativa para salir al paso. El ejemplo más claro fue que ante la publicación de las estadísticas que confirmaban el incremento en el número de feminicidios aparecieron los “cachitos” para la rifa del avión presidencial; frases, chistes, ocurrencias habían sido una constante pero algo ocurrió para que -por primera vez- AMLO reconociera que las cosas no van bien.
Quizá la respuesta es que estamos frente a un Presidente que goza del mayor margen de poder político en las últimas décadas gracias a una mayoría ganada en las urnas, pero que es presa de esa propia y anhelada concentración de poder. Pero poder y control no son lo mismo. Por increíble que parezca, el sexenio con más poder también es el sexenio con mayor descontrol. Algo que ya no se puede ocultar.
Descontrol programático porque mientras enarbola el discurso del combate a la corrupción -en los hechos- funcionarios como Manuel Bartlett o Ana Guevara son protegidos e intocados. Esos funcionarios le han descuadrado la ecuación a un Presidente que creyó que a través de su propio ejemplo la corrupción se acabaría. El problema es que no hay congruencia cuando se sabe que se ordenó la liberación del hijo de El Chapo o que saludó de mano a la mamá del narcotraficante.
El descontrol también es provocado por los funcionarios “con iniciativa” como Rocío Nahle que impulsó que el Centro Nacional de Control de Energía aprobara un acuerdo para la suspensión en la operación de centrales productoras de energías limpias y renovables. Esto porque el gobierno pretende enfocarse en producir energía con carbón y combustóleo, es decir, a través del método más caro, más ineficiente y más contaminante. A la fecha, más de 30 de estas empresas se han amparado y es probable que esto -sea cual sea el resultado del litigio- provoque pérdidas millonarias.
Descontrol también, por un partido que está partido. No hay coordinación entre Morena y el gobierno. Lo vimos con el intento para darle al presidente un poder inaudito sobre el presupuesto que terminó por enviarse a la congeladora; y en los últimos días, la historia se repitió con la desaparición de fondos como el FIDECINE, el Fondo para Desastres Naturales y también con la propuesta del Presidente de Morena para que el INEGI entrara a las casas a medir la riqueza, para después con esa información cobrar impuestos; AMLO tuvo que desmarcarse y condenar esa idea. Morena está convertido en un lastre para López Obrador.
Pero el más alarmante signo de descontrol proviene de la agenda económica de este gobierno. Pasamos del “yo tengo otros datos” al cinismo expresado en “Cada quien interpreta los datos como los entiende…”. Es sumamente preocupante que un Presidente pretenda darle un sentido distinto a información técnica y científica que es clave para medir la realidad. No es permisible que AMLO ahora desestime la evidencia de la brutal recesión tras la caída del PIB hasta 40% en este trimestre, con la aseveración irresponsable de que ahora no debemos hablar del PIB sino del desarrollo y crear un nuevo índice basado en la felicidad.
En los últimos 2 meses se han perdido oficialmente 1 millón de empleos, 9 millones de mexicanos podrían convertirse en pobres, 1.8 millones de las casi 5 millones de empresas podrían cerrar y –aunque al Presidente no le guste- antes de la pandemia el país no iba bien. Ahora no puede ni debe tomar a la pandemia como pretexto del fracaso de la 4T, eso solo exhibiría su pobre liderazgo.
Un problema aún mayor es lo que ocurrirá durante y después de la pandemia. Los programas de apoyo han sido completamente insuficientes, inadecuados y burocráticos no han llegado ni a las familias que se quedaron sin ingresos ni a los micro y pequeños negocios; prueba de ello es que sólo han colocado el 15% del total de fondos que el gobierno dispuso para la emergencia; a AMLO le urge reanudar las actividades pero lo que no reconoce es que la curva de contagios ni se ha aplanado ni presenta una tendencia decreciente. Cada día es peor que el anterior. Reanudar la actividad en esas condiciones es condenar a la muerte a miles de mexicanos.
Hay que decir las cosas como son: “Cada quien interpreta las cifras como las entiende”, pero la forma en la que lo hace el Presidente no solo ha sido irresponsable, hoy ya es criminal.
POR: ALAN ADAME – ASESOR LEGISLATIVO (México)
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